Autor telemundoo on Aug 6, 2016 12:59:11 GMT -8
Recuerprar la audiencia hay mama albparacer el escritor de betty esta escribiendo un bommm esperemos
Los seis semestres de finanzas de Patricia Fernández “en la San Marino”, y las escenas de Gaviota cantando en los cafetales de Filandia, Quindío, son algunas de las referencias más memorables de la televisión colombiana. Y lo son porque las historias contadas en Betty, la fea (1999) y Café (1994) atrajeron tanto a su público que, en su momento, cada capítulo se convirtió en tema de conversación en oficinas, universidades y colegios del país. Fueron un fenómeno social.
No solo eso: ambas producciones, escritas por Fernando Gaitán, alcanzaron una fama internacional sin precedentes que todavía sigue recogiendo sus frutos. Por ejemplo, Betty logró un récord Guinness, en 2010, por ser la novela más exitosa de todos los tiempos gracias a sus 28 adaptaciones y por la transmisión de la original en más de 180 países. Café también salió en gran cantidad de lugares del planeta y, junto a la historia de la fea, lidera los índices de audiencia en plataformas como Netflix, donde ambas están entre las producciones más vistas, compitiendo con series de la talla de House of Cards, Narcos y Orange Is the New Black.
Si bien en Colombia después hubo proyectos con muy buen rating, como Pasión de gavilanes (2003), A corazón abierto (2010) y Escobar, el patrón del mal (2012), entre otras, los colombianos parecen no haberse vuelto a enamorar de una historia.
Las razones van desde la ausencia de libretos atractivos para el público, pasando por la transformación del modelo televisivo en Colombia, hasta la aparición de nuevas plataformas de entretenimiento como Netflix, HBO por suscripción y YouTube.
Un sector de la industria televisiva colombiana considera que hacen falta esfuerzos en los libretos, pues todavía no es suficiente la formación de quienes los escriben. Para Ana Piñeres, productora de CMO Producciones, “las escuelas y programas dedicados a capacitar escritores de guion y libretos audiovisuales casi no existen en el país”. Sin embargo, ella también reconoce que el ejercicio del libretista no solo está en escribir una buena historia, sino también en entender que está buscando el público.
Desde otra orilla, se considera que formar libretistas es necesario, pero no determinante. Por ejemplo, grandes escritores de dramatizados en Colombia como Julio Jiménez, Martha Bossio y Fernando Gaitán son empíricos. De hecho Dago García, productor, director de cine y guionista, insiste en que los escritores contemporáneos tienen más oportunidades y preparación que las generaciones precedentes, pues han tenido la posibilidad de estudiar en el país y en el exterior, y eso no los hace mejores o peores libretistas.
Preparados o no, García dice que es criticable, en algunos casos, la desconexión con el público. Y coincide con Piñeres: “Los libretistas pueden ser muy técnicos pero a veces olvidan las necesidades de las audiencias locales por querer replicar las series de afuera”.
Otra de las dificultades es el miedo a escribir novelas que no se adapten a las exigencias del mercado. Eso cree Martha Bossio, libretista de grandes producciones colombianas como Pero sigo siendo el rey (1984), Gallito Ramírez (1986) y San Tropel (1987): “En el país hay muy buenos contadores de historias, sin embargo, la televisión está pensando mucho más en el negocio y menos en darles libertad a los creativos”.
Un síntoma que demuestra que algo no anda bien en la capacidad creativa de los canales de televisión es el remake de novelas inolvidables como Azúcar (1989), una producción dirigida originalmente por Carlos Mayolo. Su nueva adaptación ha generado un debate en torno a qué tanto se respetó la idea inicial, pero también hasta qué punto escasean las nuevas propuestas.
El boom de los realities y su éxito en rating como demuestran Yo me llamo (2011), Expedición Robinson (2001) y Desafío, Cabo Tiburón (2005), que están dentro de las 20 producciones más vistas en la historia colombiana, también muestran cómo las telenovelas han perdido protagonismo en el prime time y que a los televidentes ya no les convencen del todo los dramatizados.
Pero también hay posturas optimistas. Por ejemplo, Fernando Gaitán habla de una etapa de transición, lo que significa que las buenas historias no faltarán. Incluso, se atreve a decir que en estos momentos se puede estar cocinando una gran producción. “Así nació ‘Betty’: en el momento menos esperado y sin imaginar semejante trascendencia internacional”, dice.
Por otro lado, algunas voces subrayan que no toda la responsabilidad cae sobre el rol de los libretistas: habría que mirar hacia el modelo actual de televisión que influye en el ejercicio de escribir de forma creativa.
“Siempre hay historias que valen la pena, pero la televisión ha pretendido adaptar las telenovelas al formato de series: reduce dramatizados de más de 100 capítulos a 60”, dice Samuel Castro, escritor, guionista y crítico de cine. La industria exige cada vez más productos de bajo costo y rápidos, lo que afecta la calidad e impide que los canales se arriesguen a lanzar productos innovadores.
Los canales nacionales les apuestan a fórmulas que les han funcionado, es decir, realities, narconovelas y biografías de personajes como Joe Arroyo, Marbelle, las hermanitas Calle y Celia Cruz. Se trata de proyectos que mantienen un buen rating y son entretenidos, pero que no pasarán a la historia. Por eso, como afirma Tatiana Andrade, guionista y libretista de televisión, “se subestima a la audiencia en Colombia y los que quieren ver buenas historias hoy migran hacia Netflix o HBO”.
La tarea de recuperar el corazón de las audiencias, más que su rating, está en manos de libretistas, productores y canales nacionales, quienes deberán apostarles a nuevas historias por fuera de lo convencional. Aunque puede ser un ejercicio arriesgado en términos económicos, es un primer paso para que el país se enamore de nuevo de la televisión, como lo lograron las telenovelas de antañ
Los seis semestres de finanzas de Patricia Fernández “en la San Marino”, y las escenas de Gaviota cantando en los cafetales de Filandia, Quindío, son algunas de las referencias más memorables de la televisión colombiana. Y lo son porque las historias contadas en Betty, la fea (1999) y Café (1994) atrajeron tanto a su público que, en su momento, cada capítulo se convirtió en tema de conversación en oficinas, universidades y colegios del país. Fueron un fenómeno social.
No solo eso: ambas producciones, escritas por Fernando Gaitán, alcanzaron una fama internacional sin precedentes que todavía sigue recogiendo sus frutos. Por ejemplo, Betty logró un récord Guinness, en 2010, por ser la novela más exitosa de todos los tiempos gracias a sus 28 adaptaciones y por la transmisión de la original en más de 180 países. Café también salió en gran cantidad de lugares del planeta y, junto a la historia de la fea, lidera los índices de audiencia en plataformas como Netflix, donde ambas están entre las producciones más vistas, compitiendo con series de la talla de House of Cards, Narcos y Orange Is the New Black.
Si bien en Colombia después hubo proyectos con muy buen rating, como Pasión de gavilanes (2003), A corazón abierto (2010) y Escobar, el patrón del mal (2012), entre otras, los colombianos parecen no haberse vuelto a enamorar de una historia.
Las razones van desde la ausencia de libretos atractivos para el público, pasando por la transformación del modelo televisivo en Colombia, hasta la aparición de nuevas plataformas de entretenimiento como Netflix, HBO por suscripción y YouTube.
Un sector de la industria televisiva colombiana considera que hacen falta esfuerzos en los libretos, pues todavía no es suficiente la formación de quienes los escriben. Para Ana Piñeres, productora de CMO Producciones, “las escuelas y programas dedicados a capacitar escritores de guion y libretos audiovisuales casi no existen en el país”. Sin embargo, ella también reconoce que el ejercicio del libretista no solo está en escribir una buena historia, sino también en entender que está buscando el público.
Desde otra orilla, se considera que formar libretistas es necesario, pero no determinante. Por ejemplo, grandes escritores de dramatizados en Colombia como Julio Jiménez, Martha Bossio y Fernando Gaitán son empíricos. De hecho Dago García, productor, director de cine y guionista, insiste en que los escritores contemporáneos tienen más oportunidades y preparación que las generaciones precedentes, pues han tenido la posibilidad de estudiar en el país y en el exterior, y eso no los hace mejores o peores libretistas.
Preparados o no, García dice que es criticable, en algunos casos, la desconexión con el público. Y coincide con Piñeres: “Los libretistas pueden ser muy técnicos pero a veces olvidan las necesidades de las audiencias locales por querer replicar las series de afuera”.
Otra de las dificultades es el miedo a escribir novelas que no se adapten a las exigencias del mercado. Eso cree Martha Bossio, libretista de grandes producciones colombianas como Pero sigo siendo el rey (1984), Gallito Ramírez (1986) y San Tropel (1987): “En el país hay muy buenos contadores de historias, sin embargo, la televisión está pensando mucho más en el negocio y menos en darles libertad a los creativos”.
Un síntoma que demuestra que algo no anda bien en la capacidad creativa de los canales de televisión es el remake de novelas inolvidables como Azúcar (1989), una producción dirigida originalmente por Carlos Mayolo. Su nueva adaptación ha generado un debate en torno a qué tanto se respetó la idea inicial, pero también hasta qué punto escasean las nuevas propuestas.
El boom de los realities y su éxito en rating como demuestran Yo me llamo (2011), Expedición Robinson (2001) y Desafío, Cabo Tiburón (2005), que están dentro de las 20 producciones más vistas en la historia colombiana, también muestran cómo las telenovelas han perdido protagonismo en el prime time y que a los televidentes ya no les convencen del todo los dramatizados.
Pero también hay posturas optimistas. Por ejemplo, Fernando Gaitán habla de una etapa de transición, lo que significa que las buenas historias no faltarán. Incluso, se atreve a decir que en estos momentos se puede estar cocinando una gran producción. “Así nació ‘Betty’: en el momento menos esperado y sin imaginar semejante trascendencia internacional”, dice.
Por otro lado, algunas voces subrayan que no toda la responsabilidad cae sobre el rol de los libretistas: habría que mirar hacia el modelo actual de televisión que influye en el ejercicio de escribir de forma creativa.
“Siempre hay historias que valen la pena, pero la televisión ha pretendido adaptar las telenovelas al formato de series: reduce dramatizados de más de 100 capítulos a 60”, dice Samuel Castro, escritor, guionista y crítico de cine. La industria exige cada vez más productos de bajo costo y rápidos, lo que afecta la calidad e impide que los canales se arriesguen a lanzar productos innovadores.
Los canales nacionales les apuestan a fórmulas que les han funcionado, es decir, realities, narconovelas y biografías de personajes como Joe Arroyo, Marbelle, las hermanitas Calle y Celia Cruz. Se trata de proyectos que mantienen un buen rating y son entretenidos, pero que no pasarán a la historia. Por eso, como afirma Tatiana Andrade, guionista y libretista de televisión, “se subestima a la audiencia en Colombia y los que quieren ver buenas historias hoy migran hacia Netflix o HBO”.
La tarea de recuperar el corazón de las audiencias, más que su rating, está en manos de libretistas, productores y canales nacionales, quienes deberán apostarles a nuevas historias por fuera de lo convencional. Aunque puede ser un ejercicio arriesgado en términos económicos, es un primer paso para que el país se enamore de nuevo de la televisión, como lo lograron las telenovelas de antañ